Vivir en un coche en Australia: mi experiencia

¿Alguna vez te has planteado vivir en un coche? Si eres de España seguramente no, como yo, y puede que hasta lo veas una locura, pero Australia, una vez más, vino a cambiarme todos los planes. Con todo lo que te voy a contar a continuación tú mismo vas a darte cuenta de que es posible y que para nada se me ha ido la cabeza. Es más, puede que incluso te entre el gusanillo…

Pero empecemos por el principio: ¿en qué momento se me ocurrió tomar esta decisión? Yo vivía cómodamente en una casa bastante grande al lado de la playa en Coolangatta, Gold Coast, y realmente cuando me compré mi primer coche en este país no lo hice pensando en que algún día se convertiría en mi hogar. No obstante, para extender mi visado un año más, tenía que irme a trabajar a una granja durante 3 meses, así que, sin tener ni idea de dónde iba a acabar, tracé una ruta hacia el norte por la costa este con un destino final. Si me gustaba algún lugar entre medias, me quedaba ahí. Si no, continuaba hasta la última parada. Lo importante era disfrutar del viaje.

Mapa de la ruta de viaje por la costa este de Australia.

Como todo era bastante improvisado y yo soy mucho de fluir, descarté rápido la opción de reservar hostales en el camino. Eso significaba limitarme a fechas y a lugares. Y si esa ciudad o pueblo no me gustaba, ¿por qué tenía que quedarme a dormir? ¿Y si un día me apetecía conducir de más? ¿Y si, por contra, quería alargar mi estancia? Si llegaba hasta el último pueblo que había mirado, iban a ser unos 1.800km de carretera (la misma distancia que hay desde Madrid hasta los Países Bajos para que te hagas una idea) y no entraba en mis planes no hacer lo que realmente sentía y quería. 

Como el coche era mío, iba sola, no tenía ningún plan y tampoco ninguna prisa, después de pensarlo mucho (no nos vamos a engañar), tomé la decisión de dormir en mi casa de cuatro ruedas el tiempo que estuviera de viaje. Al fin y al cabo, Australia es un país seguro e iba a ser por un corto periodo de tiempo… o eso creía yo. Aquí donde me veis ahora tan valiente, no lo era en absoluto. Tenía miedo. MUCHO. Pero a la vez tenía ilusión… iba a recorrer parte del país con toda la libertad del mundo, sabía que me iba a encontrar con gente estupenda en el camino e iba a enfrentarme a situaciones que me iban a hacer crecer como persona.

Dejé los prejuicios a un lado (porque tuve que comerme muchos comentarios de que eso era de vagabundos) y me centré en lo que sentía que para mí iba a ser una experiencia increíble. ¿Qué cama podía comprarme? ¿Dónde me iba a duchar? ¿Iba a pasar frío? Y, lo más importante: ¿cómo iba a meter toda mi vida en un espacio tan reducido? Realmente no quería invertir demasiado dinero en ello porque iban a ser solo unas semanas, pero no quería que, una vez en plena ruta, me faltase algo. Me hice con un colchón hinchable adaptado a mi coche, unos cuantos organizadores para separar lo que sería mi “cocina”, la “despensa” y el “baño”, un camping gas, unas cuantas luces, las cortinas… ¡y a rodar! Sin olvidar hacer una inspección al coche y cambiarle las ruedas, que ya tocaba. Ante todo, precavida (solo faltaba que me quedase tirada en medio de una de las infinitas carreteras solitarias del país). 😉 

Mentiría si te dijese que empezar este viaje fue lo más fácil del mundo. De hecho, me lo replanteé muchas veces y arranqué sin ningunas ganas, con ansiedad y llorando: dejaba a mi, por entonces, pareja, en Gold Coast, a mis amigos, me iba sola rumbo a lo desconocido, sin saber por cuánto tiempo y durmiendo por primera vez en un coche. Encima siendo mujer, claro. Aún así, nunca tuve ninguna duda de que iba a hacerlo a pesar de las adversidades. Adoro salir de mi zona de confort y confío mucho en la bondad de la gente.

@jessica.aguilo Día 0. Reflexión antes de abandonar #GoldCoast. ❌ Viajar no es sinónimo de ser feliz siempre. #travellingsolo #travellingsolochallenge #viajandosolas #Australia ♬ sonido original – Jéssica Aguiló

Ya desde el primer día empecé a ser consciente de mis necesidades, sobre todo en cuanto ropa, comida, qué tenía que tener más a mano y qué no… y también vi que debía cambiar un poco mi rutina. El simple hecho de tener que dejar de beber líquidos al menos 1h antes de irme a dormir porque no disponía de baño propio. O que es mejor cocinar con luz del día. O que, como en el estado de Queensland es ilegal dormir en un vehículo, lo mejor era madrugar (hablando de levantarse a las 5 de la mañana) para evitar que me pillasen. Nada inasumible en realidad, pero son cosas que hay que tener en cuenta. La última de ellas, por ejemplo, me ha regalado la costumbre de ir a ver amanecer prácticamente cada día y es algo maravilloso. 

Y, hablando de hábitos, ¿cómo se adapta uno a estar expuesto las 24h del día? La verdad es algo en lo que no pensé demasiado al principio porque adoro pasar tiempo fuera, pero después de unas cuantas semanas empecé a notar la falta de intimidad. Si quería llorar, me veían. Si quería estar acostada, me veían. Si no me sentía sociable algún día, no tenía más opción que hablar con la gente que aparcaba o pasaba por al lado de mí si iniciaban una conversación. Está claro que al final una encuentra algunos pequeños trucos (como ponerse auriculares) o sitios más escondidos que no estén tan concurridos, pero no dejas de estar visible 24/7. Recordemos que vivo en un coche, no en una camper, y la opción de encerrarme en él por un periodo largo de tiempo no es muy viable. 

¿Y la higiene, Jess? ¿Cómo te duchas, vas al baño o te lavas los dientes? Diría que esta es la mayor preocupación cuando nos vamos de cámping, ¿verdad? Australia en este aspecto es increíble y si decidí ir para adelante con esta idea fue por todas las facilidades que hay aquí para disfrutar de este estilo de vida: hay baños públicos por todos lados (muy limpios, por cierto), muchos de ellos con duchas (aunque de agua fría), zonas de picnic, barbacoas, agua hirviendo para lo que necesites… y todo ello GRATIS.

Mi primera y mi segunda ducha me las pegué en un cámping y en un apartamento respectivamente, gracias a dos hombres que conocí en diferentes sitios durante mi ruta (ya he dicho que soy muy confiada), por lo que fueron calentitas (era pleno invierno). A partir de ahí, tuve que plantarle cara a las duchas de agua fría… Pero, como con todo, te acostumbras a sobrevivir y a sobrellevarlo de la mejor manera posible. Hay quien sufre mucho, yo preferí tomármelas como un reto (y aprendí a ducharme entera en menos de 5 minutos). A veces hacía algo de ejercicio para entrar en calor y otras me metía directamente sin pensarlo demasiado. Lo pasé (y lo paso hoy en día) mal en algunas ocasiones, pero, aparte de que sé que es bueno para mi bienestar, me hace ver que cada día soy un poquito más capaz de todo. No hay nada más gratificante que terminar algo que tenías que hacer pero no tenías ningunas ganas, qué os voy a contar… 

Después de esto, os podéis imaginar que lo de lavarme los dientes es algo secundario. No porque no lo haga, sino porque lo puedo hacer en cualquier sitio: con agua de una fuente, en los baños de un centro comercial, en una ducha… y, a unas malas, con algo de agua que tenga. No todos los baños están abiertos las 24 horas, de hecho, la mayoría tienen horarios, pero hasta a eso se adapta una, es simplemente buscar la información.

Pasaban los días y yo cada vez necesitaba menos. A las cosas materiales me refiero. Me sobraba la mitad de lo que tenía en mi coche. Que si la ropa que se arruga no te la pones porque no puedes usar la plancha (no tienes electricidad), que si usas más la oscura porque la blanca se mancha muy rápido, que si esos dos pares de pantalones son los más cómodos y con los otros no te apetece pasar todo un día entero… fui descartando de tal forma que rara vez salía (y salgo) de mis conjuntos A, B y C. Y, cuando todo está sucio, a la lavandería (lo peor de este estilo de vida).

Llegada a mi destino tras 14 días de carretera (porque, SPOILER, me gustaron varios sitios por el camino, pero la curiosidad por conocer lugares nuevos me podía más), me di cuenta de que esta era una vida perfectamente asumible y podía continuar con ella un poquito más. Y así lo hice. Empecé a trabajar, a tener mi rutina, a hacer todo lo que hace una persona normal en su día a día, pero viviendo en un coche. Lo único es que no puedo irme a dormir muy tarde porque me toca madrugar siempre para evitar “disgustos” (por la Policía). 

Con la llegada del verano se me presentó un problema que no había tenido hasta entonces y era que la comida no me aguantaba ni dos telediarios. Tenía la típica nevera de playa que no me era de gran ayuda, por lo que tuve que empezar a ir al supermercado a diario y evitar todos los alimentos que necesitasen refrigeración. Como ves, más que espacio, cuando vives en un coche necesitas tiempo. Y no, los alimentos no eran lo único que se derretía en ese momento, yo también (jeje). Opté entonces por comprarme un mini ventilador con placas solares para no morir por las noches y resultó ser bastante efectivo.

Y con el verano, en el norte de Australia llegó la “wet season”, o lo que es lo mismo, la temporada de lluvias y calor húmedo… y con ella un huracán que impactó de lleno donde estaba. Tuve que refugiarme entonces en casa de unos seres de luz, dejar mi coche en el garaje de un resort y abandonar este estilo de vida por unos meses. La carretera para salir del pueblo quedó completamente destrozada y hubo graves inundaciones en las ciudades cercanas. Aún así, ni esto hizo que desistiera de mi idea de seguir viviendo en mi coche y, en cuanto pude, volví a las andadas. Se me había quedado un sabor agridulce…

Hice una parada por España para recargar pilas y para dejar mi maleta de 23kg de cosas que no necesitaba para volver a Australia con una mochila de 7 y con más ganas de seguir experimentando. Parecía mentira lo mucho que me había cambiado este estilo de vida tan minimalista y el tiempo que había ganado sin darme cuenta, entre duchas veloces, arreglarme lo justo (vivo sin espejos) e ir siempre a lo más simple y natural. Ni con la nostalgia de volver a mi vida de antes me entraron ganas de desistir.

Me fui a Sídney, luego volví a Gold Coast y no hay punto de comparación a la hora de disfrutar de esto en un pueblo o en una ciudad. Pasé de recorrerme Port Douglas en 2 minutos de punta a punta y conocer a todo el mundo a atascos, problemas para aparcar y dificultad para estacionar por la noche tanto en Sídney como en Gold Coast. Con el tiempo encuentras la forma, pero está claro que hay que elegir muy bien dónde quieres vivir antes de lanzarte a la aventura.

Después de esto, ¿recomiendo esta forma de vivir a todo el mundo? Por mucho que yo diga que la elegiría una y mil veces más, hay que decir que no es nada fácil. Cada uno tiene sus prioridades, necesidades y comodidades, ni mejores ni peores, y hay que pensárselo dos veces. Si vives en tu coche mientras viajas, vas a tener el inconveniente de que nada lo tienes por mano porque todo es desconocido, empezando por los horarios de los baños, pasando por los mejores sitios para dormir y acabando por dónde cocinar. Si, en cambio, decides quedarte en un lugar fijo, vas a ganar en facilidades pero tendrás como inconveniente que te tendrán más visto y no vas a poder aparcar siempre en el mismo sitio. Además, puede que con la rutina este estilo de vida se te haga un poco cuesta arriba si no te organizas bien… más en mi caso que tengo que ir a comprar comida y cocinar fresco todos los días.

Sobra decir que si le pasa algo al vehículo, te quedas sin coche y sin casa y también estás un poco más “desprotegido” en tema de seguridad, tienes que tener cuidado con dónde estacionas para pasar la noche e incluso diría que hay que ir con cuidado con dónde dejas el coche también de día. Al final no dejas de llevar tu casa a cuestas. Lo de las urgencias a mitad de la noche mejor nos ahorramos comentarlo.

Vivir en un espacio tan reducido te enseña a priorizar, valorar y simplificar lo que tienes y lo que eres. En mi opinión, dejas de perder tiempo, empezando por ir “al grano” por las mañanas (desde que te levantas ya estás en la calle) a disfrutar de lo que la naturaleza te ofrece ahí fuera en todo momento. Que el país elegido para vivir esta experiencia haya sido Australia tiene muchos puntos a favor, con todas las facilidades y seguridad que te ofrece. No me veo capaz (por ahora) de probarlo en España.

Después de un año y a modo de conclusión, puedo decir (y reafirmar) que no me gustan los días de lluvia (se complica todo el triple), ni el frío, pero tampoco el calor insoportable. No se necesita mucho para vivir o ser feliz y cada día es una oportunidad para aprender y conocer tanto gente como cosas nuevas. La vida en un coche te invita (o te empuja) a disfrutar de las pequeñas cosas, del tiempo y de la sencillez. Y para mí no hay nada más maravilloso.

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